La relación ejercicio físico-embarazo ha evolucionado adaptándose con el paso del tiempo al estilo de vida, cada vez más activo, de las mujeres que deciden ser madres. En la actualidad, existen datos que permiten fundamentar la necesidad e importancia de establecer guías, basadas en evidencias científicas, para la prescripción de ejercicio físico en la mujer gestante, asegurando los mínimos riesgos y máximos beneficios.
Las investigaciones más recientes han evidenciado que, si el embarazo transcurre sin problemas y sin contraindicaciones médicas, el ejercicio físico personalizado puede aportar innumerables beneficios tanto para el bebé como para la madre (Manrique, 2017; Rodríguez-Blanque et al., 2018). Es conocido que, la combinación de un programa de acondicionamiento neuromuscular con un programa de acondicionamiento cardiovascular, resulta altamente recomendado para las mujeres embarazadas, ya fueran activas o sedentarias, previo al embarazo.
Concretamente ha sido demostrado el papel que desempeña la realización de ejercicio físico en la prevención de la preeclampsia, la diabetes gestacional, la ganancia excesiva de peso materno, mejora el concepto de imagen corporal, la mejora en el rendimiento del embarazo, reduciendo el índice de fatiga en las actividades cotidianas, la estabilización del humor de la madre, mejora la tolerancia a la ansiedad y la depresión, el menor riesgo de padecer venas varicosas, el menor riesgo de trombosis venosas, la reducción de los niveles de disnea y la menor aparición de episodios de lumbalgia (Bakarat et al., 2006; Elizalde, 2012; Lewis, 2008; Motolinia, 2015, Pisani, 2015).
Las diversas comunicaciones científicas publicadas hasta el momento no han reportado ninguna complicación asociada a la práctica de ejercicio físico adecuada, ni para la madre, ni para el feto, siempre y cuando esta se realice bajo la supervisión de profesionales (Zimmer, 2012), que serán quienes te recomienden la actividad que más se ajuste a tu propio embarazo, un periodo con tantas particularidades (Brito, 2016; Sanabria, 2016).
Pese a la gran contundencia científica disponible, que demuestra la positiva relación entre ejercicio físico y embarazo, al igual que sus reducidos riesgos para la salud, muchas de las mujeres embarazadas no realizan las recomendaciones mínimas de actividad física recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2020).
Mi experiencia personal:
Como muchos sabéis, fui madre hace 4 años. Durante mi embarazo, estuve realizando mi trabajo con total normalidad hasta la semana 28 que tuve que coger la baja laboral por diferentes razones, pero en ningún caso por la actividad física que realizaba. De hecho, pude seguir entrenando hasta el final de mi embazado (40 semanas + 10 días).
Desde el primer momento fuimos conscientes que durante este periodo se producen gran variedad de cambios y acontecimientos en el cuerpo de la mujer, y así fuimos adaptando los entrenamientos a cada fase del embarazo.
Puedo decir que me siento orgullosa de mi trabajo a lo largo de esta etapa de mi vida porque me sentía igual de sana y fuerte que antes de quedar embarazada. No tuve ningún problema durante la gestación y por fin llegó el gran día en el que Andrea vino al mundo igual o más sana que yo.
Después de tener a Andrea que fue por cesárea, tuve que estar 8 semanas sin poder entrenar a consecuencia del post-operatorio. A las 9 semanas puede volver al gimnasio y empezar con un programa de entrenamiento progresivo, el cual obtuvo resultados muy gratificantes gracias al trabajo realizado durante el embarazo. Tanto así que me pude incorporar a trabajar la semana 16 sin ninguna diferencia con mi estado de forma habitual pre-embarazo.
Total, como decía mi madre:
“Nuestras abuelas trabajaban en el campo y en lo que hiciera falta, tanto durante el embarazo como en el posparto. Y nadie consideraba que eso fuera peligroso, ni para ellas ni para el bebé.”
“Asegúrate con profesionales de que tu embrazado es normal,
sin contraindicaciones y empieza a entrenar.”